martes, 30 de octubre de 2012

Pobreza y minoridad

“¡Oh, pobreza bienaventurada, que da riquezas eternas a quienes la aman y abrazan! ¡Oh, pobreza santa, por la cual, a quienes la poseen y desean, Dios les promete el Reino de los Cielos, y sin duda alguna les ofrece la gloria eterna y la vida bienaventurada! ¡Oh, piadosa pobreza, a la que se dignó abrazar con predilección el Señor Jesucristo… “ (1 Cl,15-17)

Siguiendo el ejemplo de nuestros Santos Padres Francisco y Clara, el “privilegio de la pobreza”, el “vivir sin nada propio”, es para nosotras la prueba de nuestra fe y de la autenticidad de nuestro compromiso con el Señor. En la pobreza auténtica experimentamos hasta qué punto somos amadas y custodiadas por un Padre espléndido y misericordioso. Es una forma de amar a Quien nos amó primero, dejándonos en sus manos providentes; es una confianza radical en la fidelidad y amor de Dios para con nosotras, teniendo en cuenta que no hay verdadera pobreza sin humildad, sin minoridad y sin asumir la humillación que nos puede venir de los otros y del mundo.

“Yo, el Hermano Francisco, pequeñuelo, quiero seguir la vida y la pobreza del Altísimo Señor Nuestro Jesucristo y de su Santísima Madre, y perseverar en ella hasta el fin; y os ruego, mis señoras, y os doy el consejo de que siempre viváis en esta santísima vida y pobreza. Y protegeos mucho, para que de ninguna manera os apartéis jamás de ella por la enseñanza o consejo de alguien.” (
Regla VI,7-9)


Santa Clara lava los pies a sus Hermanas

sábado, 27 de octubre de 2012

INAGURACIÓN REMODELACIÓN MUSEO 2012

Las RR.MM Clarisas posan, en el umbral de la puerta reglar del Monasterio, el día de la inaguración de la remodelación del Museo.



 La Madre Micaela junto a algunas hermanas (sor Ana Mª, Sor Eucaristía y sor Isabel) contemplan tras el cristal algunos de los belenes expuestos en el museo.


Misa Conventual

Desde Octubre de 2012, la Misa Conventual diaria, se celebrará todos los días a las 9:00 horas de la mañana.

martes, 23 de octubre de 2012

Fraternidad

“Mantengan entre todas la unidad del mutuo amor que es vínculo de perfección” (Regla X,7)


La fraternidad evangélica es para San Francisco y Santa Clara uno de los ejes entorno al que gira nuestra vida. Esta fraternidad parte de una experiencia de fe: “cuando el Señor me dio Hermanos”, dirá San Francisco en su Testamento; “juntamente con las pocas Hermanas que el Señor me había dado a raíz de mi conversión”, nos dice en su Testamento Santa Clara.



“Amándoos mutuamente con la caridad de Cristo, mostrad exteriormente por las obras el amor que interiormente os alienta, a fin de que, estimuladas las Hermanas con este ejemplo, crezcan siempre en el amor de Dios y en la caridad recíproca” (Testamento)

Surge así el valor inestimable del don de la fraternidad, de la comunión de vida en fraternidad, de la vida en comunión de amor. No en vano, San Francisco es considerado el “Hermano universal”, y Santa Clara ha sido definida como “fuego de caridad, miel de bondad, lazo de paz y comunión de fraternidad”. Por eso nosotras vivimos una alegría fraterna que no acaba sino que se esparce. Y es esta fraternidad el lugar en el que el Evangelio es vivido en lo cotidiano. La vida fraterna es nuestro rostro, vocación y misión, nuestra forma de vivir el Evangelio y dar testimonio de Cristo.

martes, 16 de octubre de 2012

Contemplación


“Orar continuamente al Señor con un corazón puro" (Regla X,10)

Somos monjas contemplativas que seguimos la vida evangélica abrazada por Santa Clara, siguiendo el ejemplo de Nuestro Padre San Francisco, siendo este seguimiento nuestra respuesta al amor de Dios revelado en la Encarnación, Vida, Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús. Y así como la Virgen María “guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón” (Lc 2,51), nosotras contemplamos en el Evangelio los misterios de Jesucristo y su camino de perfección.



“Observa, considera, contempla, con el anhelo de imitarle, a tu Esposo, el más bello entre los hijos de los hombres” (2 Cta)



La contemplación es el corazón de nuestra vida, y por la oración nos unimos también al corazón de todos los hombres, a quienes encomendamos al Señor en sus penas y alegrías. La Santa Misa es el centro de nuestra jornada monástica, y a lo largo del día nos unimos a la oración de toda la Iglesia con las alabanzas del Oficio Divino (Oficio de Lecturas, Laudes, Tercia, Sexta, Nona, Vísperas y Completas). Con el Santo Rosario oramos a la Virgen Madre y con Ella, siempre al pie de la Cruz de su Hijo y Esposo Nuestro. La oración mental alimenta nuestras almas en la unión con Dios, y con la Adoración de su Cuerpo y Sangre testimoniamos nuestra fe en su Presencia Real y le agradecemos el don de sí mismo para que nosotras vivamos en Él.



lunes, 15 de octubre de 2012

7.-NUNCA OLVIDES

RINCON PARA ORAR:
 

APRENDE A ORAR

En esta sección incorporamos diversos instrumentos como propuestas para la oración personal o comunitaria que nos lleve a la reflexión tranquila y reposada.
  • Te sugerimos que invoques la presencia del Espíritu, para que te ayude a orar, a escuchar al Señor, a estar disponible a su acción en ti.
  1. Cuando sea un texto, lee en voz alta el texto intenando disfrutar las pautas que te pueden guiar en tu caminar diario.
  2. Cuando sea una imágen, de forma simultánea, escucha la música y contémplala desde su belleza.
  3.  Cuando sea una  canción, antes de escucharla, lee el texto de la canción en actitud orante, y, a continuación, escucha la canción.
  • Tras observar, leer, meditar los textos y escuchar la canción, puedes orar con algunas pistas que te proporcionaremos.

- Escucha:


- Algunas pistas para la reflexión:


TRAS LOS AVATARES... NUNCA OLVIDES QUE...

...en ocasiones, mas de lo que creemos, aunque a veces no nos damos cuenta, la vista no alcanza a ver más allá de lo mundano, lo terrenal, lo material..., o, de nosotros mismos: el egoismo; pero, gracias a la fuerza del Espíritu, el corazón, en esos momentos, que en definitiva, son de desolación, de tristeza, de vacio... nos da un toque de atención y, generósamente, nos revela la luz de Dios: el amor por nosotros... INCONDICIONAL.

Debemos aprender a mirar más allá... en el otro : REFLEJO DE DIOS.

Nunca olvidemos, que Dios es nuestra razón de vivir: de Él vinimos, y a Él volvemos: ES NUESTRO FIN.

Nuestro caminar es difícil, pero Él siempre nos ilumina, nos guía, nos orienta...NOS AMA.

En las andaduras diaria, los tropiezos pueden ser muchos y diversos... pero hemos de confiar en quien nos regaló la vida, y nos da la posibilidad de ir a su encuentro: DIOS ESTÁ AHÍ (SIEMPRE).

Recemos como si fuéra la última vez: con intensidad, con ansia... que DIOS NOS ESCUCHA.

NUNCA OLVIDEMOS...: SOMOS DE DIOS.

SIN ÉL... NADA SOMOS.

martes, 9 de octubre de 2012

Forma de vida

“El Hijo de Dios se hizo para nosotras Camino” (Testamento)


Nuestra Forma de Vida es ésta: guardar el Santo Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo, viviendo en obediencia, sin propio y en castidad” (Regla I,2). Se encuentra consignada en la Regla de Santa Clara y en las Constituciones Generales que la interpretan. Nuestra Madre Clara redactó ella misma la Regla, la primera compuesta por una mujer, que fue aprobada el 9 de agosto de 1253 por el Papa Inocencio IV. Clara murió con la Regla en las manos dos días después.


Nosotras seguimos el ejemplo de Nuestra Madre Santa Clara, en el estilo de vida inspirado a San Francisco, del que Nuestra Madre se consideró “su plantita”. Nuestra vida consiste en contemplar a Nuestro Señor Jesucristo, Pobre y Crucificado, uniéndonos a Él a través de la vida de oración, fraternidad y trabajo: “Fija tu mente en el espejo de la Eternidad, fija tu alma en el esplendor de la Gloria, fija tu corazón en la figura de la Divina Sustancia, y transfórmate toda entera, por la contemplación, en imagen de su Divinidad” (3 Cta).

martes, 2 de octubre de 2012

Santa Clara de Asís

Santa Clara de Asís

Santa Clara



Santa Clara (1193-1253)

Clara significa: "vida transparente".

"El amor que no puede sufrir no es digno de ese nombre" (Santa Clara)

Clara nació en Asís, Italia, en 1193. Su padre, Favarone Offeduccio, era un caballero rico y poderoso. Su madre, Ortolana, descendiente de familia noble y feudal, era una mujer muy cristiana, de ardiente piedad y de gran celo por el Señor. Desde sus primeros años Clara se vio dotada de innumerables virtudes y aunque su ambiente familiar pedía otra cosa de ella, siempre desde pequeña fue asidua a la oración y mortificación. Siempre mostró gran desagrado por las cosas del mundo y gran amor y deseo por crecer cada día en su vida espiritual.

Ya en ese entonces se oía hablar de los Hermanos Menores, como se les llamaba a los seguidores de San Francisco. Clara sentía gran compasión y gran amor por ellos, aunque tenía prohibido verles y hablarles. Ella cuidaba de ellos y les proveía enviando a una de las criadas de la casa. Le llamaba mucho la atención cómo los frailes gastaban su tiempo y sus energías cuidando a los leprosos. Todo lo que ellos eran y hacían le llamaba mucho la atención y se sentía unida de corazón a ellos y a su visión de la vida evangélica.

Su llamada y su encuentro con San Francisco

La conversión de Clara hacia la vida de plena santidad se efectuó al oír un sermón de San Francisco de Asís. En 1210, cuando ella tenía 18 años, San Francisco predicó en la catedral de Asís los sermones de Cuaresma e insistió en que para tener plena libertad para seguir a Jesucristo hay que librarse de las riquezas y bienes materiales. Al oír las palabras: "Éste es el tiempo favorable... es el momento... ha llegado el tiempo de dirigirme hacia El que me habla al corazón desde hace tiempo... es el tiempo de optar, de escoger...", sintió una gran confirmación de todo lo que venía experimentando en su interior.

Durante todo el día y la noche, meditó en aquellas palabras que habían calado en lo más profundo de su corazón. Tomó esa misma noche la decisión de comunicárselo a Francisco y de no dejar que ningún obstáculo la detuviera en responder al llamado del Señor, depositando en Él toda su fuerza y entereza. Cuando su corazón comprendió la amargura, el odio, la enemistad y la codicia que movía a los hombres a la guerra fraticida comprendió que esta forma de vida era como la espada afilada que un día traspasó el Corazón de Jesús. No quiso tener nada que ver con eso, no quiso otro señor mas que el que dio la vida por todos, aquel que se entrega pobremente en la Eucaristía para alimentarnos diariamente.

El que en la oscuridad es la Luz y que todo lo cambia y todo lo puede, Aquel que es puro Amor. Renace en ella un ardiente amor y un deseo de entregarse a Dios de una manera total y radical. Clara sabía que el hecho de tomar esta determinación de seguir a Cristo y sobre todo de entregar su vida a la visión revelada a San Francisco, iba a ser causa de gran oposición familiar, pues el solo hecho de la presencia de los Hermanos Menores en Asís estaba ya cuestionando la tradicional forma de vida y las costumbres que mantenían intocables los estratos sociales y sus privilegios.

A los pobres les daba una esperanza de encontrar su dignidad, mientras que los ricos comprendían que el Evangelio bien vivido exponía por contraste sus egoísmos a la luz del día. Para Clara el reto era muy grande. Siendo la primera mujer en seguirle, su vinculación con Francisco podía ser mal entendida.


Santa Clara se fuga de su casa el 18 de marzo de 1212, un Domingo de Ramos, empezando así la gran aventura de su vocación. Se sobrepuso a los obstáculos y al miedo para darle una respuesta concreta al llamado que el Señor había puesto en su corazón. Llega a la humilde capilla de la Porciúncula donde la esperaban Francisco y los demás Hermanos Menores y se consagra al Señor por manos de Francisco.

Empiezan las renuncias

De rodillas ante San Francisco, hizo Clara la promesa de renunciar a las riquezas y comodidades del mundo y de dedicarse a una vida de oración, pobreza y penitencia. El santo, como primer paso, tomó unas tijeras y le cortó su larga y hermosa cabellera, y le colocó en la cabeza un sencillo manto.

Para Santa Clara la humildad es pobreza de espíritu y esta pobreza se convierte en obediencia, en servicio y en deseos de darse sin límites a los demás. Días más tarde fue trasladada temporalmente, por seguridad, a las monjas Benedictinas, ya que su padre, al darse cuenta de su fuga, sale furioso en su búsqueda con la determinación de llevársela de vuelta al palacio. Pero la firme convicción de Clara, a pesar de sus cortos años de edad, obligan finalmente al Caballero Offeduccio a dejarla.

San Francisco, preocupado por su seguridad dispone trasladarla a otro monasterio de Benedictinas situado en San Angelo. Allí la sigue su hermana Inés, quien fue una de las mayores colaboradoras en la expansión de la Orden y la hija espiritual predilecta de Santa Clara. Le sigue también su prima Pacífica. San Francisco les reconstruye la capilla de San Damián, lugar donde el Señor había hablado a su corazón diciéndole: "Reconstruye mi Iglesia". Esas palabras del Señor habían llegado a lo más profundo de su ser y lo llevó al más grande anonadamiento y abandono en el Señor. Gracias a esa respuesta de amor, de su gran "Sí" al Señor, había dado vida a una gran obra, que hoy vemos y conocemos como la Orden franciscana.


Cuando se trasladan las primeras Clarisas a San Damián, San Francisco pone al frente de la comunidad, como guía de las Damas Pobres a Santa Clara. Al principio le costó aceptarlo pues por su gran humildad deseaba ser la última y ser la servidora, la esclava de las esclavas del Señor. Pero acepta y con verdadero temor asume la carga que se le impone, entiende que es el medio de renunciar a su libertad y ser verdaderamente esclava. Así se convierte en la madre amorosa de sus hijas espirituales, siendo fiel custodia y prodigiosa sanadora de las enfermas.

Desde que fue nombrada Madre de la comunidad, ella quiso ser ejemplo vivo de la visión que trasmitía, pidiendo siempre a sus hijas que todo lo que el Señor había revelado para la Orden se viviera en plenitud. Siempre atenta a la necesidades de cada una de sus hijas y revelando su ternura y su atención de Madre. Clara acostumbraba a tomar los trabajos más difíciles, y servir hasta en lo mínimo a cada una. Pendiente de los detalles más pequeños y siendo testimonio de ese corazón de Madre y de esa verdadera respuesta al llamado y responsabilidad que el Señor había puesto en sus manos.

Por el testimonio de las mismas hermanas que convivieron con ella se sabe que muchas veces, cuando hacía mucho frío, se levantaba a abrigar a sus hijas y a las que eran más delicadas les cedía su manta. A pesar de ello, Clara lloraba por sentir que no mortificaba suficiente su cuerpo. Cuando hacía falta pan para sus hijas, ayunaba sonriente y si el sayal de alguna de las Hermanas lucía más viejo, ella se lo cambiaba dándole el suyo. Su vida entera fue una completa dádiva de amor al servicio y a la mortificación.

Tenía gran entusiasmo al ejercer toda clase de sacrificios y penitencias. Su gozo al sufrir por Cristo era algo muy evidente. Este fue el mayor ejemplo que dio a sus hijas. La humildad brilló grandemente en Santa Clara y una de las más grandes pruebas de su humildad fue su forma de vida en el convento, siempre sirviendo con sus enseñanzas, sus cuidados, su protección y su corrección. La responsabilidad que el Señor había puesto en sus manos no la utilizó para imponer o para simplemente mandar en el nombre del Señor. Lo que ella mandaba a sus hijas lo cumplía primero ella misma con toda perfección.

Se exigía más de lo que pedía a sus Hermanas. Hacía los trabajos más costosos y daba amor y protección a cada una de sus hijas. Buscaba lavarle los pies a las que llegaban cansadas de mendigar el sustento diario. Lavaba a las enfermas y no había trabajo que ella despreciara pues todo lo hacía con sumo amor y con suprema humildad.

"En una ocasión, después de haberle lavado los pies a una de las Hermanas, quiso besarlos. La Hermana, resistiendo aquel acto de su fundadora, retiró el pie y accidentalmente golpeó el rostro a Clara. Pese al moretón y la sangre que había salido de su nariz, volvió a tomar con ternura el pie de la Hermana y lo besó."

Con su gran pobreza manifestaba su anhelo de no poseer nada más que al Señor. Y esto lo exigía a todas sus hijas. Para ella la Santa Pobreza era la reina de la casa. Rechazó toda posesión y renta, y su mayor anhelo era alcanzar de los Papas el privilegio de la pobreza, que por fin fue otorgado por el Papa Inocencio III. Para Santa Clara la pobreza era el camino en donde uno podía alcanzar más perfectamente esa unión con Cristo. Este amor por la pobreza nacía de la visión de Cristo pobre, de Cristo Redentor y Rey del mundo, nacido en el pesebre. Aquel que es el Rey y, sin embargo, no tuvo nada ni exigió nada terrenal para si y cuya única posesión era vivir la voluntad del Padre. La pobreza alcanzada en el pesebre y llevada a su culmen en la Cruz. Cristo pobre cuyo único deseo fue obedecer y amar.

La vida de Santa Clara fue una constante lucha por despegarse de todo aquello que la apartaba del Amor y todo lo que le limitara su corazón de tener como único y gran amor al Señor y el deseo por la salvación de las almas. La pobreza la conducía a un verdadero abandono en la Providencia de Dios. Ella, al igual que San Francisco, veía en la pobreza ese deseo de imitación total de Jesucristo. No como una gran exigencia opresiva sino como la manera y forma de vida que el Señor les pedía y la manera para mejor proyectar al mundo la verdadera imagen de Cristo y Su Evangelio.


Siguiendo las enseñanzas y ejemplos de su maestro San Francisco, quiso Santa Clara que sus conventos no tuvieran riquezas ni rentas de ninguna clase. Y, aunque muchas veces le ofrecieran regalos de bienes para asegurar el futuro de sus religiosas, no los quiso aceptar. Al Sumo Pontífice que le ofrecía unas rentas para su convento le escribió: "Santo Padre: le suplico que me absuelva y me libere de todos mis pecados, pero no me absuelva ni me libre de la obligación que tengo de ser pobre como lo fue Jesucristo". A quienes le decían que había que pensar en el futuro, les respondía con aquellas palabras de Jesús: "Mi Padre celestial que alimenta a las avecillas del campo, nos sabrá alimentar también a nosotros".

Mortificación de su cuerpo

Si hay algo que sobresale en la vida de Santa Clara es su gran mortificación. Utilizaba debajo de su túnica, como prenda íntima, un áspero trozo de cuero de cerdo o de caballo. Su lecho era una cama compuesta de sarmientos cubiertos con paja, que se vio obligada a cambiar por obediencia a Francisco, debido a su enfermedad.

Siempre vivió una vida austera y comía tan poco que sorprendía hasta a sus propias Hermanas. No se explicaban cómo podía sostener su cuerpo. Durante el tiempo de Cuaresma, pasaba días sin probar bocado y los demás días los pasaba a pan y agua. Era exigente con ella misma y todo lo hacía llena de amor, regocijo y de una entrega total al amor que la consumía interiormente y su gran anhelo de vivir, servir y desear solamente a su amado Jesús.

Por su gran severidad en los ayunos, sus Hermanas, preocupadas por su salud, informaron a San Francisco quien intervino con el Obispo ordenándole a comer, cuando menos diariamente, un pedazo de pan que no fuese menos de una onza y media.

La vida de oración

Para Santa Clara la oración era la alegría, la vida; la fuente y manantial de todas las gracias, tanto para ella como para el mundo entero. La oración es el fin en la vida religiosa y su profesión. Ella acostumbraba pasar varias horas de la noche en oración para abrir su corazón al Señor y recoger en su silencio las palabras de amor del Señor. Muchas veces, en su tiempo de oración, se le podía encontrar cubierta de lágrimas al sentir el gran gozo de la adoración y de la presencia del Señor en la Eucaristía, o quizás movida por un gran dolor por los pecados, olvidos y por las ingratitudes propias y de los hombres.


Se postraba rostro en tierra ante el Señor y, al meditar la Pasión las lágrimas brotaban de lo mas íntimo de su corazón. Muchas veces el silencio y soledad de su oración se vieron invadidos de grandes perturbaciones del demonio. Pero sus Hermanas dan testimonio de que, cuando Clara salía del oratorio, su semblante irradiaba felicidad y sus palabras eran tan ardientes que movían y despertaban en ellas ese ardiente celo y encendido amor por el Señor.

Hizo fuertes sacrificios los cuarenta y dos años de su vida consagrada. Cuando le preguntaban si no se excedía, ella contestaba: “Estos excesos son necesarios para la redención, sin el derramamiento de la Sangre de Jesús en la Cruz no habría Salvación". Añadía: "Hay unos que no rezan ni se sacrifican; hay muchos que sólo viven para la idolatría de los sentidos. Ha de haber compensación. Alguien debe rezar y sacrificarse por los que no lo hacen. Si no se estableciera ese equilibrio espiritual la tierra sería destrozada por el maligno".

Milagros de Santa Clara

La Santa Eucaristía ante los sarracenos

En 1241 los sarracenos atacaron la ciudad de Asís. Cuando se acercaban a atacar el convento que está en la falda de la loma, en el exterior de las murallas de Asís, las monjas se fueron a rezar muy asustadas y Santa Clara que era extraordinariamente devota del Santísimo Sacramento, tomó en sus manos la custodia con la hostia consagrada y se la enfrentó a los atacantes. Ellos experimentaron en ese momento tan terrible oleada de terror que huyeron despavoridos.


En otra ocasión los enemigos atacaban la ciudad de Asís y querían destruirla. Santa Clara y sus monjas oraron con fe ante el Santísimo Sacramento y los atacantes se retiraron sin saber por qué.

El milagro de la multiplicación de los panes

Cuando solo tenían un pan para que comieran cincuenta Hermanas, Santa Clara lo bendijo y, rezando todas un Padrenuestro, partió el pan y envió la mitad a los Hermanos Menores y la otra mitad se la repartió a las Hermanas. Aquel pan se multiplicó, dando a basto para que todas comieran. Santa Clara dijo: "Aquel que multiplica el Pan en la Eucaristía, el gran misterio de fe, ¿acaso le faltará poder para abastecer de pan a sus esposas pobres?".

En una de las visitas del Papa al convento, dando las doce del día, Santa Clara invitó a comer al Santo Padre pero el Papa no accedió. Entonces ella le pide que por favor bendiga los panes para que queden de recuerdo, pero el Papa respondió: "Quiero que seas tú la que bendiga estos panes". El Papa le ordena bajo el voto de obediencia que haga la señal de la cruz sobre ellos. Ella bendijo los panes haciendo la señal de la cruz y al instante quedó la cruz impresa sobre todos los panes.

Larga agonía

Santa Clara estuvo enferma 27 años en el convento de San Damián, soportando todos los sufrimientos de su enfermedad con paciencia heroica. En su lecho bordaba, hacía costuras y oraba sin cesar. El Sumo Pontífice la visitó dos veces y exclamó: "Ojalá yo tuviera tan poquita necesidad de ser perdonado como la que tiene esta santa monjita". Cardenales y obispos iban a visitarla y a pedirle sus consejos.


San Francisco ya había muerto pero tres de los discípulos preferidos del santo, Fray Junípero, Fray Angel y Fray León, le leyeron a Clara la Pasión de Jesús mientras ella agonizaba. La santa repetía: "Desde que me dediqué a pensar y meditar en la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo, ya los dolores y sufrimientos no me desaniman sino que me consuelan".

El 10 de agosto del año 1253 a los 60 años de edad y 41 años de profesión religiosa, y dos días después de que su Regla fuera aprobada por el Papa, descansó en el gozo del Señor, su Amado, su Esposo.


Tumba de Santa Clara

San Francisco de Asís

SAN FRANCISCO DE ASIS 1182 - 1226

Algunas fechas principales en la vida de San Francisco
  • 1182 Nacimiento de Francisco en Asís. Sus padres son Pietro Bernardone y Madonna Pica.
  • 1202 Guerra entre Perusa y Asís. En la batalla de Collestrada Francisco cae prisionero.
  • 1203 Francisco, liberado de su cautiverio, regresa a Asís.
  • 1204 Larga enfermedad de Francisco.
  • 1205 Francisco parte para la Pulla, enrolado en el ejército. En Espoleto tiene el sueño que dará otro rumbo a su vida. Comienza la fase inicial de su conversión.
  • 1206 Por el mes de marzo, ante el tribunal del obispo de Asís, renuncia a los bienes paternos y a la familia.
  • 1206/08 Trabaja en la restauración de las ermitas de San Damián, San Pedro y Santa María de los Ángeles o de la Porciúncula.
  • 1208 Por el mes de abril, oyendo misa en la Porciúncula, escucha el evangelio del envío de los discípulos en misión, en el que descubre su vocación. Poco después empiezan a unírsele compañeros.
  • 1209 Francisco hace escribir la "forma de vida". En primavera, el papa Inocencio III la aprueba verbalmente.
  • 1217 En Pentecostés, se celebra en la Porciúncula el primer Capítulo General propiamente dicho. La Orden se divide en 12 Provincias.
  • 1219 Después del Capítulo General de Pentecostés, Francisco se embarca para Acre y Damieta, y se entrevista con el Sultán de Egipto.
  • 1220 Francisco regresa a Italia. A petición del Santo, Honorio III nombra al cardenal Hugolino protector de la Orden. Francisco deja el gobierno de la misma.
  • 1121 El Capítulo de Pentecostés estudia la Regla escrita por Francisco (llamada primera Regla o Regla no bulada), y le pide que redacte otra más breve.
  • 1223 Francisco compone la Regla definitiva en Fonte Colombo, que es aceptada por el Capítulo y aprobada por el papa Honorio III. Celebración de la Navidad en Greccio.
  • 1224 En el mes de septiembre, impresión de las Llagas de la Pasión de Cristo, en el monte Alverna.
  • 1226 En el mes de abril, se agravan sus enfermedades. De regreso a Asís, finalmente se hospeda en el palacio episcopal.
  • 1226 El sábado día 3 de octubre, hacia las 19 horas, muere Francisco a la edad de 44 años, en la Porciúncula.
  • 1228 El 16 de julio, Gregorio IX canoniza a Francisco en Asís.

Santos Ángeles Custodios 2 de Octubre

FESTIVIDAD DE LOS SANTOS ÁNGELES CUSTODIOS. La tradición bíblica nos presenta a los ángeles como ministros o funcionarios de Dios, mensajeros de su voluntad y ejecutores de sus órdenes, que por designio divino son los custodios, guardianes o protectores de los hombres. San Francisco de Asís, según nos cuenta su biógrafo Tomás de Celano, «tenía en muchísima veneración y amor a los ángeles, que están con nosotros en la lucha y van con nosotros entre las sombras de la muerte. Decía que a tales compañeros había que venerarlos en todo lugar; que había que invocar, cuando menos, a los que son nuestros custodios. Enseñaba a no ofender la vista de ellos y a no osar hacer en su presencia lo que no se haría delante de los hombres. Y porque en el coro o capilla se salmodia en presencia de los ángeles, quería que todos cuantos hermanos pudieran se reunieran en el coro y salmodiaran allí con devoción» (2 Cel 197).- Oración : Oh Dios, que en tu providencia amorosa te has dignado enviar para nuestra custodia a tus santos ángeles, concédenos, atento a nuestras súplicas, vernos siempre defendidos por su protección y gozar eternamente de su compañía. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
Misa conventual a las 8:30 horas de la mañana.